sábado, 31 de agosto de 2013

 Milagros como manantiales cotidianos

 

Conocer a Dios es creer en que todo es posible. Pidan y se les concederá, dice la Palabra de Dios. Quienes viven lejos de esta Verdad absoluta, viven en un mundo material en donde únicamente lo que está bajo su poder —limitadísimo— es, existe y al final, muere.

Hay una dimensión que nos ofrece el Espíritu Santo, en donde podemos vivir a base de milagros. Hoy vivo en esa dimensión y doy prueba de ello.

Casi superada mi convalecencia, caminando de la mano de Dios, quiero regresar a mi mundo de palabras en la red. Extraño a mis compañeros, a mis maestros y maestras, a mis amigos y a todos a quienes conocí a lo largo de más de trece años de vida virtual.

Vengo a hacerme presente porque es una necesidad personal, porque quiero decirles a todos que sigo viva gracias a un Milagro y que Nuestro Señor me concedió la vida como un regalo de Misericordia. El dolor fue tormentoso, pero lo superé gracias a mi fe.

Gracias a la ayuda de médicos, enfermeras, de mi familia tan generosa en bienes y tiempos, y al tiempo mismo, que sanó mis heridas ya no me duele recordar lo que sufrí; hoy el color del Milagro ha teñido todo con un manto azul y solamente brilla sobre este, un beso Divino que me acompaña con éxtasis cotidianos.

Los Milagros han inundado mi vida como manantiales de agua purísima que suenan con cantos de aves y burbujeos dulcísimos y suavizan el suelo para que pise sin tropezar.

No sé lo que pasará mañana, pero sí sé que mi futuro está en manos de Dios y Él sabe mejor que yo, qué me conviene y qué no. Aprendí que lo mejor es vivir como las aves que son alimentadas y cuidadas por Papá Dios. Yo, me declaro incapaz para vivir de otra manera que no sea bajo el cuidado de las alas poderosas del Espíritu Santo.

Que mi alegría de estar de regreso, los toque hasta donde están.

Simetha Mazerath Bronski.